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LECTURAS DE UNA PANDEMIA

Cuando ya llevamos un mes encerrados por obligación, aunque algunos lo estamos desde hace algún tiempo más por voluntad propia, es tiempo para hacer una breve lectura de lo que ha supuesto este mes de confinamiento.

Pérdidas

La primera de ellas es lo que hemos perdido, y lo más importante es sin duda la libertad de movimientos. El poder hacer e ir donde nos plazca y cuando nos plazca es algo que ha quedado en el recuerdo, suspendido como otras tantas cosas.

La lectura que hago de ello es la fragilidad de este derecho fundamental, que tanto sufrimiento y sangre costó a nuestros antepasados conseguir y que hemos perdido sin darnos cuenta, y que nos permiten, a cuenta gotas, en determinados supuestos. Es por ello que, cuando todo esto pase a ser un mal recuerdo y una gran lección, cada plan, cada salida, cada instante de furtividad, lo deberemos disfrutar y explotar como si no hubiese un mañana.

Otra de las cosas que hemos perdido, más allá de las tapas o el vinillo del aperitivo, es nuestro particular modo de ser y de vivir. No poder tocarnos, abrazarnos, o besarnos, es un verdadero calvario para una sociedad que hace bandera precisamente de su efusividad, de su extroversión, de su calor humano.

Ganancias

Dentro de ese universo de pérdidas, afortunadamente hemos ganado cosas. Lo principal es el aprendizaje de lo importante, de lo que vale la pena y lo que no, de saber discernir las prioridades y lo descartable. Y nos habremos dado cuenta de que lo material es algo fusible y sin embargo es mucho más importante valorar el trabajo diario, silente y constante de tantas personas a nuestro alrededor que nos han hecho más llevadera la condena. Y estoy hablando del tendero que nos sirve las viandas, del personal de limpieza que recoge nuestros desechos y deja las calles impolutas, del transportista que nos sirve la comida que hemos comprado y no podemos llevar a casa,… Y nos daremos cuenta que ese aparato que habitualmente ha sido el centro de nuestra vida se ha convertido en un modo de manipular nuestra opinión sobre todo este problema y que está mejor apagado.

Y hemos aprendido a estar junto a «entes» que antes obviábamos o que mirábamos hacia otro lado:

La soledad, algo que siempre nos ha asustado, algo que algunos hemos sentido en medio de una multitud, algo etéreo y denostado pero algo con lo que hemos debido convivir y aprender a sobrellevar. Y es que estar solo en una sociedad como la nuestra es algo que últimamente se ha visto como lo más «in» o digno de ser envidiado, pero que se torna en un peso muy grande cuando lo estás por obligación. Y es ahí donde te ves aislado y sin más ayuda que la de tu propia supervivencia. No saber dónde acudir, a quien hablar o que decir ante un problema o una situación límite es motivo más que suficiente para que, en ese pasado reciente, te pudiera hacer caer en un estado de tristeza o depresión más subjetiva que real. Hoy, a pesar de estar más interconectados que nunca, esa soledad puede ser una aliada para conseguir sobrevivir al virus ya que, al no tener contacto con otros semejantes, difícilmente puedes llegar a contagiarte.

El silencio, con su abrumador grito, que nos envuelve y nos embute en un estado de trance y que nos hace valorar más esos momentos en que un tímido trino de un pájaro rompe la monotonía de la levedad de nuestro ser. El silencio es primo hermano de la soledad. Siempre van de la mano y juntos te miran y te seducen. Y por mucho que trates de romper su unión, por mucho que intentes evitarlos, siempre llegará el momento en que tendrás que afrontar esa estampa de estar solo y en silencio ante la inmensidad de su vacío.

Hablar con uno mismo hace que empieces a conocerte mas, hace que sientas la compañía de tu otro yo, de tu conciencia o de tu alma. Y es abstente recurrente que en esas conversaciones íntimas salgan a relucir recuerdos de momentos pasados en que no actuaste de modo correcto, por acción o por dejación. Y quizás haya llegado el momento de enmendar esos errores o de reafirmarte en lo correcto. Dependerá de esa meditación, de ese ten con ten, que seas consciente de la importancia de estar satisfecho y con la conciencia tranquila.

Y son momentos de reflexión, de intromisión, de pros y de contras, pero momentos esclarecedores.

Dejó para el final mi opinión sobre la conducta de los demás. En estas situaciones límite se suelen ver o mostrar los extremos de la personalidad de cada uno. Son numerosas las actitudes reprobables de los otros protagonistas de esta lectura. Porque en el vacío de las calles saltan más a la vista esas conductas incívicas y poco responsables. Desde aquel que usa cualquier excusa para salir a la calle y reincidir en su «insumisión», hasta el otro que con el mismo fin usa como excusa sacar al perro a la calle cuando antes lo dejaba en la terraza olvidando. Y que decir del que se sienta en un banco a mirar el paisaje o entra en su coche a fumarse el cigarrillo a escondidas. Todos y cada uno de los incivilizados insumisos merecen mi más honda repulsa.

La actitud de los «espectadores de ventana«, que salen cada tarde a las 20 horas a aplaudir, merecen caso a parte. Muchos lo harán de buena fe, con verdadero ánimo de agradecimiento hacia quienes están dándolo todo por salvar vidas. Otros muchos lo harán por puro fingimiento, por el que dirán o por hacer lo mismo que el rebaño de iguales. Y lo digo porque ya se están viendo actitudes insolidarias para con esos «héroes» a los que aplauden a las 20 horas pero que cuando regresan a sus hogares encuentran carteles o notas de rechazo o animándoles a que busquen otro lugar de residencia como si fuesen unos apestados o leprosos. Desde mi humilde punto de vista, no son momentos de aplausos o de «fiestas» de patio (o terraza) de vecinos, porque es muy posible que entre quienes no aplauden estén familiares de personas que han fallecido por esta enfermedad. Respeto.

Y no seré yo quien llame héroes a sanitarios, policías, militares o personal de supermercados o camioneros, no. Estas personas están realizando su trabajo, de la mejor manera posible. Están haciendo lo que deben hacer, que es lo mismo que hacían antes de la pandemia y que, quizás según alguno de los que ahora les aplaude, merecía insultos, desprecios o incluso agresiones. Porque no eran pocas las noticias sobre agresiones a médicos o personal de hospital por no hacer lo que el «enfermo» o sus familias pensaban que debían hacer. Porque tampoco eran escasas las situaciones en que policías o militares se tenían que emplear con fuerza para proteger al resto de ciudadanos o que sufrían los insultos y odio hacia ellos. O porque no hablar de los atracos o robos a supermercados y comercios o los asaltos a los camioneros en las áreas de servicio. No me cabe la menor duda de que, cuando toda esta paranoia pase, volverán esas conductas incivilizadas y denostables.

Los verdaderos héroes en esta historia son las personas mayores, principales víctimas de la pandemia, que lucharon porque nosotros hayamos disfrutado de todo cuanto hemos tenido y que, por el momento, estamos perdiendo. Esas personas que están pasando miedo en sus casas aislados de los suyos, que ven como sus coetáneos están muriendo en los hospitales o residencias en la más completa soledad y sin la compañía de sus familiares. Ellos son las víctimas y los héroes al mismo tiempo.

La última de las lecturas será para la lección que se deben aplicar quienes nos gobiernan: hay que priorizar los gastos de dinero público hacia determinados servicios y dejar de financiar otros gastos más superfluos. No se puede recortar en servicios sanitarios, mal pagar a su personal o cerrar camas de hospital para desviar ese dinero a otras partidas menos fundamentales. Hay que ver que es lo importante, donde nos va la vida y donde no.

¿Qué es mejor un médico o un tertuliano?

¿Qué es mejor dedicar presupuesto a preparar un enfermero para que luego se tenga que marchar a otro país para tener un sueldo digno o que un pelotero gane una salvajada de dinero?

¿Qué es mejor tener industria propia o que otros te lo fabriquen y se quede por el camino?

¿Que es mejor tener unos cuerpos de seguridad bien pagados o que vengan de fuera a decirnos lo que tenemos que hacer?

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