Hace ya tiempo saltó la noticia de que una determinada aplicación de móvil podía usar el micrófono de nuestros dispositivos móviles para «espiar» y detectar usos fraudulentos de los derechos de las transmisiones deportivas de un deporte muy masivo y que mueve muchos millones con la transmisión de sus eventos cotidianos.
En estos días hemos sabido que al promotor de tal aplicación de móvil le han expedientado por ese preciso motivo, vulnerar (presuntamente) la privacidad de los usuarios de la misma. Aquí tienes la noticia: https://amp.expansion.com/juridico/actualidad-tendencias/2019/06/11/5cff94e5468aeb331b8b45a8.html
Es muy evidente que la sorpresa e indignación inicial se torna en estupor al darse cuenta que no es tan raro ni tan peregrino que se produzcan este tipo de hechos. Y es que, cada vez que nos instalamos una aplicación en nuestro teléfono nos piden autorizaciones varias o permisos que, la mayoría entre los que me incluyo, aceptamos sin leer la «letra pequeña» de tales contratos. ¡Craso error! Porque en ese inocente acto, fruto del hastío o dejadez del «siempre es lo mismo«, estamos cediendo algo que forma parte de nuestro ser, de nuestra persona y que, en puridad de términos, es un derecho fundamental protegido por la legislación, la intimidad o la privacidad.
Lo que ocurre es que, al igual que tapamos nuestras «vergüenzas» más mundanas, luchamos por no sufrir intromisiones de los amigos de la vida privada de las personas, o ponemos el grito en el cielo si vemos nuestra imagen o la de nuestros hijos en una publicación de internet o en una fotografía que nosotros no hemos consentido, etc., igual deberíamos hacer cuando descargamos una aplicación y «firmamos» el contrato en el que se están otorgando permisos para «acceder» a determinados lugares de nuestro teléfono, lugares donde se pone en riesgo ese preciado bien que tanto queremos proteger: la intimidad o la privacidad.
Y sí, nos solicitan permiso para poder hacerlo. Y nosotros consentimos sin dudarlo ni un momento. Y luego, cuando nos enteramos de estas noticias, nos tiramos de los pelos y nos preguntamos hasta donde habrán llegado con esos permisos otorgados.
Y como prueba de tal consentimiento, hemos hecho una simulación de la descarga (sin más ánimo que ilustrar el procedimiento a seguir para hacerlo) de la aplicación en cuestión y hemos llegado al convencimiento de que en el contrato sí se recoge el uso preciso que se va a hacer del micrófono y la geolocalización. Y si lo permitimos, lo estamos aceptando. Lo curioso es que depende del OS de que disponga el teléfono, la cosa varía. Vean, vean:
Lo primero que hay que hacer es ir a la tienda de aplicaciones de nuestro dispositivo móvil y proceder a la descarga «gratuita» de la aplicación.
No tiene mayor misterio y la descarga se hace de la manera habitual de la tienda de aplicaciones de la que estemos hablando. En segundos podremos abrirla.
Una vez nos hemos descargado la aplicación, al abrirla ya nos empiezan a solicitar permisos.
Como se puede apreciar en la imagen, se trata de conceder permisos para que la aplicación nos envíe notificaciones, que se podrán permitir o no y la aplicación funcionará igualmente.
El siguiente paso es ya aceptar las condiciones legales de la aplicación, el contrato. Y es aquí donde el común de los mortales nos liamos la manta a la cabeza y aceptamos lo que sea con tal de tener la aplicación de que se trate. Y hay que decir que el procedimiento a seguir es igual con cualquier aplicación que nos descarguemos, siempre hay que «firmar» un contrato por el uso.
Y es aquí donde se produce el mayor error, ya que al firmarlo sin leerlo estamos aceptando la totalidad de las cláusulas, que no son pocas, y en particular las relativas al tema de la privacidad y del uso del micrófono y de la geolocalización, que tantos quebraderos de cabeza ha causado y que fundamenta la noticia que ha motivado escribir este artículo.
Si nos vamos donde se recoge la política de privacidad de la aplicación, me ha llamado la atención que se distinga entre el Sistema Operativo que disponga el dispositivo. Siendo un profano en temas tecnológicos y actuando más como usuario lego que como un docto conocedor, intuyo que se puede deber más a la política de privacidad del fabricante del Sistema que a la propia privacidad de la aplicación en cuestión.
En las tres capturas de pantalla que anteceden a estas líneas se puede ver y leer lo que se estipula sobre el uso de micrófono y geolocalización para aquellos dispositivos que tienen como sistema operativo el conocido como «Android«. No hay que ser muy entendido en leyes o ser un docto literato para poder entender aquello que estamos permitiendo y el uso que se le va a dar a tales funcionalidades de nuestro teléfono.
En lo relativo al sistema operativo que portan los dispositivos de la marca de la manzana mordida, como se puede apreciar en las capturas, nada se dice sobre la posibilidad de ser usado micrófono y localización para los usos pretendidos por la aplicación en cuestión. Como usuario de dispositivos de esta marca soy conocedor de las limitaciones a la privacidad y de lo escrupulosos que son en esta marca con esos asuntos, por lo que puedo llegar a entender que no se haya podido permitir el uso que si se ha debido permitir en el otro sistema operativo, que es más de «código abierto«.
De lo antes expuesto se puede desprender que en los dispositivos de sistema operativo iOS, no se ha hecho ese uso del micrófono al que se hace mención en la noticia y que ha motivado la sanción económica que parece ha sido impuesta por la Agencia de Protección de Datos y que parece va a ser recurrida ante los tribunales de justicia.
MORALEJA
Para terminar vamos al lugar donde queríamos llegar al iniciar la escritura de este artículo, ¿que estamos haciendo con nuestra privacidad?Y es que cuando nos descargamos una aplicación de este tipo, bien sea un juego, una de redes sociales o una aplicación de tratamiento de textos, se nos solicitan una serie de permisos de acceso a determinadas parcelas de nuestro dispositivo: agenda de contactos, acceso a mensajes de texto, cámara de fotos, imágenes, o micrófono, por citar unos ejemplos.
La tendencia es aceptarlo por sistema, sin más. El problema llega cuando, por curiosidad o por exceso de celo, comprobamos a qué estamos autorizando a la aplicación.
Y claro, ¿para que puede querer acceder a nuestros contactos una aplicación de recetas de cocina o un juego para nuestro hijo?. O ¿para que querrán acceder a nuestra cámara en una aplicación de tratamiento de textos?
La respuesta es muy simple y a la vez preocupante: nuestros datos personales son el mana del siglo XXI. Esos datos a los que estamos dando acceso, ingenuamente o por vagancia, van a formar parte de listados mil que podrán ser usados para enviarnos publicidad de cosas que no hemos autorizado (¿o si?) o que podrán ser vendidos a terceros, o cuartos, para lucro de aquel a quien le has otorgado permiso sin leer la letra pequeña. El colmo del incentivo a airear nuestras vergüenzas llega ahora porque parece ser que algunas de las empresas mas boyantes de las redes sociales han puesto en marcha un proyecto piloto para estudiar el uso de las mismas por parte de los usuarios a cambio de una remuneración económica (que no se sabe cuanto será). Una prueba más de que hay negocio con ello ya que el incauto que acepte ser «fiscalizado» a nivel personal recibirá a cambio una propinilla. Como en un sketch de humor de hace tiempo, «dinero, lo que se dice dinero, tié que haber, tié que haber«.
Y el quid de la cuestión está en la (presunta) «gratuidad» de la aplicación que nos estamos descargando. Porque en este mundo globalizado, y virtual, dudo mucho que nadie trabaje, piense y se deje los cuernos en crear un engendro tecnológico que nos ayuda a mil cosas, por «amor al arte». El altruismo ha pasado a la historia hace mucho. Y como dijo alguien, «nada es gratis» o «el gratis total no existe«.
Todo tiene un coste y en la sociedad del siglo XXI el precio que pagamos por ello es muy elevado, nuestra privacidad. Y no es un tema menor ni para tomárselo a broma.
Piénsalo…
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